PANAMÁ
Mi experiencia empezó un día que estaba con un grupo de amigas paseando por la montaña y, de repente, una de ellas dijo: “¿Y si nos vamos de voluntariado juntas este verano?”. Al día siguiente ya estábamos todas buscando como locas el destino y sus correspondientes vuelos.
Al final, acabamos once niñas y dos consagradas en Panamá, en un orfanato llamado San José de Malambo, regido por de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul. No había dudado ni un instante si ir o no. Además, siempre he sido una persona a la que le encanta ayudar en todo lo posible y aventurarse hacia nuevas experiencias.
Lo que más me marcó fue cómo se puede ser feliz con tan poco. El orfanato estaba dividido en distintas casas, en las que vivían niños de diferentes edades. En cada una trabajaban dos señoras encargadas de cuidar de esos niños, lo que incluía cocinar para ellos y asegurarse de que tuvieran todo lo que necesitaran. Estas voluntarias fueron un gran ejemplo para mí, pues tenían muchísimo trabajo todos los días, y os aseguro que no era nada fácil. Era más bien agotador, pero ellas siempre estaban felices. A pesar de la carga física y emocional que su trabajo suponía, querían con locura a los niños y se entregaban al 100% a cada uno de ellos y sus necesidades.
Aprendí de ellas que siempre te puedes entregar un poquito más, aunque estés agotada. Los niños necesitan de un amor que tú les puedes dar. Estas mujeres eran verdaderamente felices; no tenían nada y vivían muy pobremente. Pese a ello, el hecho de entregarse 24 horas al día a los niños que las necesitaban, ya les convertía en las mujeres más felices del mundo.
Personalmente recomiendo esta experiencia sin ningún tipo de duda, ya que aprendes muchísimo, y terminas olvidándote de ti mismo para poder pensar al 100% en el otro. Te conoces, con tus fortalezas y tus debilidades, y aprendes a dar en todo momento lo mejor de ti. Te das cuenta de que a veces piensas que, por cansancio, no puedes darte más. Y después de esta experiencia puedo deciros que sí, que siempre hay algo más que puedas hacer. Siempre hay alguien que necesita ese amor que sólo tú le puedes ofrecer. Te das cuenta de que, cuanto más te entregas, más feliz eres.
Hay veces que al hacer voluntariado crees que eres mejor persona y que vas a ayudar mucho a los demás, pero la realidad es que estamos muy equivocados respecto a este planteamiento. Al final, los que salimos ganando, recibiendo más, somos nosotros. Se nos enseña a querer a las personas de verdad, de forma totalmente desinteresada.
Todo merece la pena cuando ves en la cara de cada niño una sonrisa de oreja a oreja después de haber estado toda la tarde jugando con él o ayudándole a hacer los deberes. Las sonrisas de los niños eran el motor para poder entregarse al máximo todos los días a cada uno de ellos.
Marta Romero